domingo, 21 de noviembre de 2010

Edward Carr, La revolución rusa (...) Capítulo3. El comunismo de guerra.

Con la guerra civil y el “terror blanco” por un lado y el “terror rojo” por el otro, las comunicaciones férreas cortadas, con campesinos tomando tierras motu proprio, con un aumento notable de parcelas destinadas a la subsistencia y con gran número de expediciones militares en busca de aquellos que supuestamente atesoraban los alimentos, etc. Se hizo una odisea abastecer a las ciudades. Por eso se abolieron muchos comité de campesinos, se inició una campaña con los Kulaks (campesino que se destaca por su prosperidad, posee su propio ganado y eventualmente contrata mano de obra). El gobierno apoyó a los campesinos medios, cabe el matiz siguiente; es difícil identificar con precisión quien era un Kulak. Los campesinos eran bolcheviques por que la revolución les había dado la tierra, sin embargo no se sentían comunistas. Las grandes ciudades sufrieron una fuerte migración hacia el campo (Moscú perdió el 44% de su población, mientras que la industrial Petrogrado perdió un 57 %), la mayoría huía de las mal abastecidas ciudades y otros tantos fueron a la guerra. Mientras que las fábricas siguieron administradas por las mismas personas que antes de la revolución. Existió, de manera legal como por fuera de lo dispuesto, un intercambio de productos entre las ciudades y el campo. El problema principal radicaba en que la ciudad tenía poco que ofrecer al campo. Sin mencionar que el objetivo del gobierno, como es lógico que así sea, era mantener bien avituallado al ejército.
La autodisciplina de los obreros no fue la que los revolucionarios esperaban (“El que no trabaja no come”). Es más, Lenin se pronunció (calculamos que debido al difícil contexto) a favor del destajo y el taylorismo como manera de organizar el trabajo, llegando incluso a tomar medidas draconianas. Se estableció el servicio militar obligatorio, campos de trabajo para los presos, y campos de trabajo más duros aún para los contrarrevolucionarios. También se implantaron con ambiguo éxito los sábados socialistas en las fábricas.
Por último, se comienza a debatir sobre el rol de los sindicatos; ¿Deberían ser parte del gobierno o debían mantener su independencia?

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