jueves, 3 de enero de 2008

EL LUGAR DE LA TEORÍA EN LA HISTORIA.

“La realidad no es algo que está ahí, para que la mente se apropie de ello, reflejándola ´ tal cual es`. Sino que el acceso a la realidad está mediado, entre otras cosas, por el estado de los conocimientos heredados. Esa realidad es un cúmulo infinito de datos y la labor del científico recoge un número limitado de ellos, cosa que requiere un criterio de selección...”(1)

Este fragmento se muestra parcialmente en contra de las posturas más tradicionales sobre la existencia de una verdad absoluta, típica de las doctrinas religiosas y de la filosofía aristotélica. En la cual, mediante “el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría, y la inteligencia o el entendimiento”(2) es posible que el alma llegue a la verdad. Ergo, Aristóteles sostiene, tácitamente, que el acceso a la realidad también esté mediado tal como supone Ttracímaco. Sin embargo, para el estagirita, “todo lo que sabemos no puede ser de otra manera que como es.”(3) Y precisamente aquí es donde diciente con nuestro misterioso autor, ya que esté argumenta que esa verdad esta mediada por “los conocimientos heredados”. En este trabajo se infiere que esos conocimientos heredados que menciona Tracímaco en el primer fragmento citado, se refieren al contexto particular en que el científico recoge y procesa los datos. También podemos hablar del bagaje cultural que hereda de sus padres, de su sociedad, de su religión. Es decir, que, siguiendo a este autor, no es posible conocer la realidad tal cual es. De ahí se colige que Tracímaco, a nuestro entender, de lugar a lo que se denomina subjetividad. Del mismo modo, sugiere que para dominar esa masa caótica de datos es necesario un criterio de selección. De lo anterior se puede deducir con bastante seguridad que ese criterio será escogido por el científico de acuerdo a su situación, ideas y los elementos del yo subjetivo. Pero la conclusión más importante que podemos extraer de lo apuntado por Tracímaco es que el criterio de selección que se utiliza para dar una forma coherente a aquella realidad caótica, de acuerdo con la cuota (variable por cierto) de subjetividad, es lo que denominamos teoría.
La bibliografía dada no se pronuncia ni intenta esbozar un concepto claro de lo que deberíamos entender como teoría. Sin embargo podemos inferir, siguiendo a Carlos Pereyra (que no sería descabellado creer que él y nuestro Tracímaco son la misma persona) manifiesta coherentemente que “sin el concurso de una teoría no sería posible una descripción capaz de identificar las entidades que forman el proceso real y tampoco se dispondría de principios-guía para seleccionar entre los innumerables objetos de observación que componen esa masa caótica.”(4) Entonces se esta de acuerdo con este autor en mantener la siguiente postura: La teoría sirve fundamentalmente para explicar, pero su discurso no es más que una representación (ideal) de la realidad. Además posee carácter situado, es decir, que lo que enuncia (en la mayoría de los casos lamentablemente) no esta motivado por el solo afán del saber. Sino que persiguen intereses. Verbi gratia; Aristóteles cuando escribe que los bárbaros “son comunidad de siervos (...) como si bárbaro y esclavo fuese lo mismo por naturaleza.”(5) Lo dice (quizá inconscientemente) ante la inminencia de la sumisión griega (por la fuerza) al dominio de Macedonia, para que Alejandro Magno preste atención y sepa diferenciar un griego civilizado de un bárbaro oriental. O Maquiavelo, que escribe El Príncipe en el contexto de la formación de las fuertes monarquías de Francia, Inglaterra y España. Mientras que Italia esta dividida en débiles principados.(6) Aunque los ejemplos citados precedan en el tiempo a lo que llamamos ciencia moderna, se cree que son útiles para ilustrar que la verdad no es totalmente absoluta y que la ciencia (y por lo tanto las teorías que formula) no son siempre neutrales. Se la ve contaminada de valores. La verdad (científica) que se maneja hoy “es más provisoria y menos absoluta...” (7)Las autoras del texto recién citado critican el modelo “heroico” de ciencia, desde el mecanicismo, pasando por la ilustración, el siglo XIX, hasta las primeras décadas del siglo XX. Donde, a pesar que se pretendía y se pregonaba la objetividad(8), quizá inconscientemente se buscaba legitimar (en el caso de la historia) a los estados nacionales recientemente formados y a los grandes hombres que forjaron la historia de los mismos, etc.
Por parte de la relación historia-teoría debemos confesar que nuestra postura no será del todo compartida. Pero creemos más saludable esforzarnos en argumentarla, que manifestar lo que se sabe que será aceptado sin más.
Primero, no es plausible creer que Heródoto de Halicarnaso utilizó en sus Historias una teoría. Quizá se contra argumente que en este caso hablamos de historia en un sentido más laxo, que por cierto así es, pero tampoco se cree que alguien pueda negar el argumento de que la mencionada obra tiene todas las características de un libro de historia. Del mismo modo con Tucídides.(9) O sea que no necesariamente, hoy día, se debe adscribir el científico a tal o cual teoría en particular para hacer historia. Más bien uno selecciona un tema, se enuncia la tesis, los argumentos y las conclusiones (muy esquemáticamente dicho en pos de la claridad) teniendo en cuenta lo que dicen las teorías y argumentos existentes. Por ejemplo, se puede no ser marxistas y utilizar sus conceptos (como el estadounidense Paul Sweezy.)(10) O a la inversa. Lo que se trata de argumentar es que no necesariamente ese principio ordenador tiene que ser una única teoría, no necesariamente hay que declarar “Soy marxista, voy a aplicar la teoría marxista (y solo la teoría marxista) al estudio del neolítico”. Se puede tomar una tercera posición entre dos teorías antagónicas sin que eso signifique que se ha creado una nueva. Además, ¿Que hacer en el caso que una teoría elegida no sea útil para explicar lo que se desea? O se la fuerza y tergiversa –como en la mayoría de los casos lo hace el marxismo vulgar- o se tienen varias teorías en vista, tomando de cada cual lo que resulte provechoso a la investigación. Pero en el caso que las teorías de la disciplina no logren cumplir las expectativas, se debe recurrir a una ciencia auxiliar. Hoy por hoy, no nos enfrentamos a esa masa caótica de datos, los cuales ya nos llegan ordenados por otros autores y leyendo distintas posturas sobre un mismo tema y recurriendo a las fuentes podremos retocar, criticar, o reformular las teorías a nuestro alcance. Más bien se toman (o se retoman) autores, ideas de autores. No se comienza de la nada, del caos. Marx, con su revolucionaria teoría partió de Hegel y Kant entre otros, es decir siempre una teoría tiene como base otros conocimientos previos.
Se debe buscar, más que nada, la especificidad en el proceso histórico. No pretender forzar a que la realidad entre en la teoría. Es necesario que la teoría parta de la observación y que sirva para explicar la especificidad. Normalmente, debido a múltiples factores, se tiene más en claro cual es la teoría que no se quiere aplicar. Sin estar plenamente seguro cual usar en lugar de la descartada.
En suma, no debemos “casarnos” con modelos teóricos y categorías sociológicas. Estas deben ayudarnos a pensar y repensar la realidad histórica de la que queremos dar cuenta.



NOTAS.


1.Autor desconocido, sin datos.(En adelante llamado por el pseudonimo TRACÍMACO)
2.Aristóteles, Moral a Nicómano, libro VI, cap II, Bs. As., El Ateneo, 1966, Pág. 366.

3.Idem.

4. Pereyra, C. “La necesidad en la historia”, sin datos.

5. Aristóteles, La política, Buenos Aires, El ateneo, Libro primero, capitulo primero, 1966. Pág. 16.

6. Sabine, G. Historia de la teoría política, Mexico, FCE, 1989.

7. Appleby, J. Hunt, L. Jacob, M. La verdad sobre la historia, Bs. As., Edit. Andres Bello, s/d, Pág. 27.

8. Solo para citar un ejemplo: Ranke, L. Grandes figuras de la historia, Barcelona, Grijalbo, 1959(primera edición)

9. Esto no significa que en la Grecia clásica se haya hecho historia de igual manera que lo hacemos hoy.

10. Anderson, P. Consideraciones sobre marxismo occidental, s/d, Siglo XXI, s/d, Pág. 33.


AUTOR: EMILIO TOMASSINI (2005)

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